domingo, 24 de abril de 2011

Deseos inocentes

Bienvenido seas, oh lector gorrón. Bienvenido seas a esta historia que versa en son de la candidez del alma que trasciende a través del tiempo mismo.
¡Oh dioses que todo lo proclaman!, otórganos la virtud de la oratoria para narrar esta que nos ocupa y que nos sugiere, perdernos entre imaginaciones y sumergirnos en la fantasía.
Historia…extraña sin duda es.
Es la historia de la historia de un pensamiento, de la confusión del será o no será, la pelea eterna entre el deseo y la duda.
¡Bienvenido seas oh lector gorrón!
¡Oh lector gorrón, bienvenido seas!
¡Se gorrón oh lector bienvenido!
A esta singular historia que tuvimos a bien llamar: Deseos inocentes.
Y tal como sucedía en la antigua Grecia, iniciaremos el rito artístico pidiéndole al lector que ponga atención…levante ambas manos a la altura del rostro…frótese los ojos con delicadeza y luego bájelas nuevamente…pestañee un par de veces…ahora, lea.

Situase esta que se cuenta en una preparatoria cualquiera, de cualquiera ciudad que ustedes pudiesen imaginar, suenan entonces los murmullos matinales, aquellas sombras sonoras que el tiempo ha de borrar con el paso de los segundos.
Aquí comienza nuestra historia, podemos escuchar una melodía lejana, tenue, calmada, las notas cascabeleando unas con otras abriendo un baile, danzando al compas del sol que da el milagro del nuevo inicio nos saluda con un cálido abrazo por aquello del nuevo horario, y ahí avistamos a Don Melquiades haciendo lo que mejor sabia hacer; barrer con ahínco.
De la nada se escucha un lento andar, Don Melquiades se detuvo para ver quien cruzaba las puertas de la preparatoria azul celeste, acercándose al conserje, este pudo ver que era nada más y nada menos que Emotiv:

―Buenos días Don Melquiades… ―dijo en su habitual tono de desanimo, siguiendo su rumbo.
―Vaya, llegas más temprano de lo habitual ―comentó el conserje, pero no recibió respuesta―. Este chico sí que es un caso raro ―pensó al final.

Eran cerca de las seis con quince, y Don Melquiades continuó con sus labores matutinas. El tiempo transcurría y un alegre caminar cruzó las puertas:

―¡¡Buenos días Don Melquiades!! ―gritó Silvina con alegría.
―Y hablando de casos raros ―volvió a pensar―. ¿Qué tienen de buenos, necia?

Silvina solo sonrió y siguió su camino en un inocente saltar hasta llegar al salón de clases, pero grande fue su sorpresa al ver a Emotiv ya en el salón, ya que él, como muchos otros alumnos, no llegaban tan temprano como la buena Silvina, pero eso no la detuvo. Dando graciosos brincos fue hasta el asiento de Emotiv con una sonrisa demasiado franca y fuera de cabal proporción:

―¡¡Buenos días Emotiv!! ―saludó Silvina.

El susodicho se sobresaltó al escuchar tal timbre de voz taladrar su oído, pero una vez recuperada su abatida frialdad, giró la cabeza mostrando una mueca de desprecio y una mirada llena de odio. Profiriendo leves pucheros, Silvina retrocedió un paso del miedo provocado por aquella mueca:

―Vete ―le dijo con ira contenida a la chica. Dando media vuelta, Buendía fue a su asiento recuperando su sonrisa después de un breve silencio.

He aquí a aquellos, almas opuestas y solitarias aguardando el porvenir remoto de un fresco saber, el tiempo pasado ha, y una mirada juguetona cruzó por aquel del que por la vida se lamenta:

―¡Qué bueno que llegaste más temprano que yo! ―dijo Silvina alegre, pero Emotiv no se movió―. ¿Sabéis por qué? ―preguntó sonriente esperando contagiarlo con su júbilo, pero siguió sin responderle―. ¡Como siempre soy la primera en llegar!, a veces me siento muy solita, ¡Me alegra poder estar con alguien!
―… ―Emotiv la miró sin pronunciar silaba alguna.
―¡Eso me alegra mucho! ¡La, la, la! ―le dijo con un entusiasmo que lo desesperó.
―¡Oh por los dioses! ¡Qué alegría ni que ocho cortadas en mis brazos! ―dijo Emotiv enojado―. Tal alegría que despides de tu ser bastaría para desesperar a cualquiera y tenerlo hasta la madre, así como a mí me tenéis en este momento, ¡Callad tu hilaridad de una buena vez!
―… ―Silvina miró sorprendida a Emotiv por un momento, pero luego…sonrió―. ¡Qué gracioso eres! ¡Ja, ja, ja!
Con razón Gallito no quiso andar con ella ―pensó iracundo, desviando la mirada decidió ignorarla diciéndole con frialdad lo siguiente―. Si sigues actuando así, te quedaras tan sola como yo.

Risas perecieron siendo consumidas poco a poco en un misterioso silencio, la mente del joven se vio nublada por la confusión y la duda mientras miraba curioso a Buendía, escondiendo la sorpresa en su interior por lo no esperado.
Dolor…solo eso reflejaba el semblante de la chica cabizbaja, sus miradas se encontraron en una silenciosa conexión, el sigilo los rodeaba mientras el terror de la nada los devoraba lentamente en sus interiores, el habla se perdió. El rostro de Silvina fue cubierto por una suave tristeza:

―Lo siento…no quise molestarte ―dijo Silvina acomodándose en su lugar sin decir nada más.

Al extraño son de sus palabras, las sombras en el interior de Emotiv se disiparon abriendo senderos rumbo a lo desconocido en su pensar. No lo entendía, ¿Por qué su abandonado corazón se sentía aun más solo al no mirarla?
El sin saber, aquel callejón sin salida que se nos presenta cuando nuestras ideas son encadenadas por el miedo y la duda, extraño sentir para ese quien juega con el dolor y lo tiene como único acompañante. No pudo evitar un vistazo hacia la chica que por vez primera se encontraba en silencio, y sin darse cuenta ese vistazo se volvió un mirar cautivado hacia Silvina.
Un desconocido malestar le provocó verla de esa forma, un malestar más intenso que verla alegre, por lo que Emotiv suspirando para sus adentros se levantó y con quietud en su andar se sentó a un lado de Silvina:

―¿Por qué siempre estas feliz? ―le preguntó Emotiv inexpresivo sin mirarla.
―…Y tu… ¿Por qué siempre estas triste? ―le preguntó Silvina de la misma forma.
―Porque para mí la vida no vale nada ―le dijo Emotiv.

Silencio…

―No siempre estoy feliz ―dijo Silvina de la nada, ganándose una mirada de su acompañante.
―¿Qué decís? ―preguntó Emotiv sin entenderla.
―Mi madre dice que siempre hay que despertarse con una sonrisa en gratitud con el nuevo mundo, me dicen que sea aplicada, que sea una niña ejemplo, que sonría cuando yo no quiero hacerlo, y a veces…me siento prisionera, llorando sola bajo una máscara de falsa alegría ―dijo Silvina mirando a Emotiv con ojos lagrimosos―. Por eso lloro en ocasiones, porque es una sonrisa irreal, esta actitud que me imponen aleja a todos de mí alrededor, y me deja a mí en un vacio con el que vivo día a día.

Así murió su habla soltando lágrimas de profunda tristeza, lagrimas que había ocultado con la mentira de una entera felicidad a cada respiración. Emotiv la miraba en silencio, pero sin esconder su sorpresa por el recién descubierto sentir de su compañera de clase, Silvina:

―Emotiv…yo tengo un autentico deseo dentro de mi…algo que quiero hacer ―le dijo sin mirarlo.
―… ¿Qué cosa? ―le preguntó

Silvina lo miró a los ojos, y con velocidad cual relámpago se vieron sus labios fundidos en un suave beso, el mundo pareció desvanecerse por eternos segundos. Emotiv se sentía extraño, se preguntaba ¿Qué era eso en su pecho que retumbaba como tambor? ¿Por qué los labios de ella le parecían de un dulce sabor? ¿Por qué le gustaba el aroma de Silvina? ¿Por qué? ¡¿Por qué?! ¡¡¿Por qué?!!
Tranquilos sus labios se separaron mirándose ambos el uno al otro fijamente. Emotiv en ese momento se veía a sí mismo como un desconocido, durante el beso se sintió traicionado consigo mismo, se sintió fuera de sí, pero a pesar de todo, por primera vez en su vida en un instante único…se sintió…feliz:

―Perdón… ―le dijo Silvina―. Solo quería saber cómo se sentía…no estar sola, por una vez.

Levantose entonces Buendía alejándose a donde no sea acechada, para sumergirse en un profundo vacio de amargo silencio, pero al sentir que su brazo era sujetado por una mano evitó que se alejara, gran su sorpresa al saber que era Emotiv quien le retenía:

―Espera… ―le dijo Emotiv suplicante.
―… ―Silvina no sabía que decir.
―No te vayas… ―le dijo Emotiv―. No quiero que te vayas.
―Emotiv… ―le dijo mirándolo nuevamente.
―Para mí la vida no vale nada…pero valdría menos…sin ti ―le dijo Emotiv con voz sincera―. Silvina, quédate conmigo.

El la esperó, y ella al final le sonrió, volviendo a su lado. Y ahí estaban aquellas almas opuestas, juntas sonriendo con inocencia…como seguramente estarían por largo tiempo.

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